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EL nacionalismo en materia lingüística no sólo es una imposición contraria al pluralismo social, sino también una rémora para el desarrollo económico. Así lo denuncia la Mesa del Turismo, que representa a uno de los sectores más dinámicos e influyentes de la economía española. Aeropuertos, carreteras, mapas y otros elementos de señalización inducen a confusión a los visitantes extranjeros puesto que algunas comunidades autónomas no respetan la cooficialidad del idioma español.

La dispersión legislativa provoca frecuentes conflictos, sin que desde el Ministerio de Industria se haga una labor eficaz en favor del conjunto del sector y del cumplimiento de las leyes. Los empresarios advierten de que la situación puede repercutir en inversiones futuras de entidades foráneas, sin olvidar que el turismo es un sector muy sensible al malestar de los clientes. Cuando la competencia crece de día en día y otros países ofrecen también opciones atractivas, resulta absurdo tirar piedras contra el propio tejado. El turista que busca un nombre propio y no lo encuentra por culpa de una absurda decisión política, tal vez prefiera en el futuro pasar sus vacaciones en un lugar donde no le creen problemas innecesarios.

Lo mismo que la calidad de las infraestructuras o la eficacia de los servicios, las facilidades para la organización y desarrollo del desplazamiento determinan el grado de satisfacción de unos usuarios que suelen ser exigentes y que tienen a su alcance otras muchas posibilidades. Sin duda, los competidores del turismo español se estarán frotando las manos ante este gol en propia puerta que encaja nuestra industria.

El nacionalismo fundamentalista hace de la lengua un arma política en contradicción con su función natural como elemento de comunicación. La lengua española ocupa una posición de privilegio en el ámbito internacional. Es absurdo desperdiciar las ventajas competitivas que ello conlleva y por eso algunos nacionalistas deberían aprender de otros modelos, por ejemplo de Irlanda o de la India, donde la lengua inglesa es uno de los secretos del éxito económico. La Constitución es muy clara al establecer que «el castellano es la lengua española oficial del Estado».

El nombre de las localidades, el menú de los restaurantes o las cartas de servicios turísticos deberían figurar siempre en el idioma que los visitantes mejor pueden conocer e identificar, sin perjuicio de que se haga constar también en las otras lenguas. Cualquier turista sabe que no es sencillo orientarse en un país extraño, en especial cuando los carteles son confusos y no se corresponden con las guías que se manejan desde el lugar de origen o con los conocimientos más o menos amplios que se tengan de la lengua española. Algunos políticos nacionalistas ponen su aldeanismo cultural por delante de cualquier otra consideración. Por eso es muy positivo, como en este caso, que la sociedad civil llame la atención sobre los problemas que realmente importan a los ciudadanos.

FUENTE: ABC