carlos-martinez-blog.jpg 

El caso de los chicos y chicas de las Juventudes Socialistas de Navarra ilustra con escasa elegancia, pero alta expresividad, qué pintan a día de hoy los afiliados de a pie y las secciones juveniles en los grandes -dimensión física- partidos políticos tradicionales. Como se sabe, la ejecutiva de los jóvenes socialistas ha dimitido en disconformidad con la decisión de sus mayores de no formar gobierno con NaBai. Ya es triste que protesten contra una de las pocas decisiones sensatas del PSOE, pero dejemos de lado ese asunto, por lo demás lógico si se considera la severa incultura política de los jóvenes españoles, proclives a considerar «progresista» carcundias como el nacionalismo.

El foco de interés de la noticia está en que Carlos Chivite les ha prohibido usar la sede socialista para explicar a la prensa las razones de su decisión. «¡A la puta calle!«, habrá pensado el presidente sociata navarro empleando la frase favorita del jefe de personal de cámara-café. Y es que, para qué vamos a engañarnos, muchos dirigentes de los partidos tradicionales ven a los afiliados como empleados de los que pueden disponer y despedir, en vez de cómo compañeros, clientes, socios o cualquier otra figura más adecuada. Al fin y al cabo, los afiliados pagan cuota, ayudan de diversas maneras al éxito de la empresa, y encima dan verosimilitud a la ficción de que los grandes partidos lo son porque siguen siendo partidos de masas, de manera que los jefes de turno están allí donde están gracias al empuje de cientos de miles de entusiastas camaradas.

La verdad es muy otra: ya no hay partidos de masas -ni falta que hace-, y los afiliados de antaño pintan poquísimo en la vida política del partido: han quedado reducidos a la condición desairada de carne de cuota, lo que no es de extrañar vista la tendencia corporativista, que ahora entusiasma a la izquierda tradicionalista (aunque su origen sea… fascista), a resolver el problema de la representatividad social con cuotas de mujeres, gays, jóvenes, ecologistas o amigos del piano de cola, lo que toque. El caso es que esos pobres chicos y chicas de las JJSS de Navarra acaban de descubrir lo que realmente pintan debido a la poca paciencia y a los nervios de un agobiado presidente, que se ha limitado a tratarles como lo que son en el partido: poquita cosa, más bien nada, un detalle decorativo. Y todo el mundo está dispuesto a decorar el salón con un jarrón chino, a condición de que el jarrón se esté quieto y no se dedique a criticar al propietario dando conferencias de prensa.

¿Qué pintan además las «juventudes» en un partido del siglo XXI?: me parece que nada. Hoy nos politizamos, o no lo hacemos nunca, sin pasar por esa fase de aprendizaje de gremio medieval. Es verdad que la institución está tan arraigada en los partidos tradicionalistas que se empeñan en mantenerlas contra toda evidencia de pérdida de función y sentido. Incluso el Foro Ermua tiene unas insólitas «juventudes unificadas». Los jóvenes encuadrados como tales tenían un papel en los partidos antiguos, básicamente servir de cantera de nuevos «cuadros» en una época en que la educación era cosa de minorías selectas, además del nada despreciable, simbólico, de encarnar -literalmente- la imagen del partido como adelanto de la sociedad futura y todo eso. Pero el último político español importante que hizo una carrera de primera saliendo de unas juventudes es Santiago Carrillo, primer secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas. Hay toda una caterva de políticos que ya nacieron en el partido y han heredado el cargo por pedigrí familiar, unos más decentes, otros más botarates y no pocos fracasados a la primera de cambio, pero nadie les calificaría de «políticos importantes» (para bien o para mal). Ahora vemos reprobable que un político exhiba como carta de presentación su afiliación a las juventudes del partido desde que empezó a contar con los dedos; es un papel larvario, más de insectos que pasan por varios estadios de muda que otra cosa. Lo que queremos saber es lo contrario: en qué trabaja y desde cuando, qué ha hecho, qué ha estudiado, si ha viajado y sabe idiomas, qué problemas le preocupan, qué puede contarnos de la sociedad corriente y moliente.

Una de las propuestas más realistas sobre el joven cuadro de partido y el trato político que debería merecer pertenece al veterano socialista Angel García Ronda: nadie debería ocupar un puesto público si primero no ha cotizado al menos cinco años a la Seguridad Social. Lamentablemente, es una propuesta inconstitucional, porque no hay impedimento alguno a que un indocumentado de 18 años recién cumplidos no pueda llegar a ser presidente de gobierno (quitando la edad, vemos cosas así a diario). Pero tiene más razón que un santo de los de antaño. ¿Cómo va a administrar el trabajo de los demás quien no haya trabajado nunca? ¿Qué concepto de las contradicciones y responsabilidades que nos desgarran a tantos puede tener quien ha trepado por la cucaña política diciendo siempre «sí bwana» a sus jefes del aparato? Y si no, a la puta calle por díscolo y respondón. Y eso que tienen la cuota al día y les necesitan.

Carlos Martínez Gorriarán

FUENTE: Basta Ya